2.13.2008

¿Puede salvarse todavía la humanidad?

Por Koichiro Matsuura *

Hemos recibido en legado un solo planeta. ¿Qué hemos hecho con él? La Tierra es hoy un patrimonio en peligro, y la propia especie humana corre riesgo.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) acaba de publicar, bajo la dirección de Jérôme Bindé, la tercera antología de los “Coloquios del siglo XXI”, titulada Firmemos la paz con la Tierra (Ediciones Unesco/Icaria). Con la colaboración de 15 científicos y expertos de fama mundial, como Paul Crutzen, Nicolas Hulot, Javier Pérez de Cuéllar, Michel Serres, Mustafá Tolba, Haroldo Mattos de Lemos y Edward O. Wilson, hemos efectuado una radiografía prospectiva de la crisis ecológica mundial, formulando a la vez una serie de propuestas de acción, y lo esencial se resume en dicho artículo.

Después de la Conferencia de Bali y de los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre los Cambios Climáticos (IPCC) debemos preguntarnos si hemos cobrado conciencia de la envergadura de los retos gigantescos que va a tener que afrontar la humanidad en un momento en que el tiempo empieza a faltarnos. No insistiré sobre el diagnóstico, ya que por desgracia el panorama es de sobra conocido: cambio climático, desertización, crisis mundial de los recursos hídricos, deforestación, deterioro de los océanos, erosión acelerada de la biodiversidad y contaminación de aire, suelo, agua dulce y mar.

Las consecuencias económicas y geopolíticas de una situación semejante se han empezado a cuantificar sólo de manera muy reciente. La guerra que hemos declarado a nuestro planeta puede costar tanto como una guerra mundial, tal como se ha señalado en el Informe Stern. Además, después de esa guerra contra la naturaleza corremos el riesgo de desembocar en la guerra de verdad, debido no sólo a la escasez cada vez mayor de energías fósiles y recursos naturales, sino también al desplazamiento de los 150 a 200 millones de “ecorrefugiados” que vaticinan los estudios prospectivos.

Lo que consideramos “problemas” –empezando por el cambio climático– son más bien síntomas de un problema, el del crecimiento material en un mundo finito, cuya existencia ya fue señalada desde 1972 en el informe Los límites del crecimiento, presentado al Club de Roma. Dennis Meadows, coautor de ese texto, nos dice que en ese año “la humanidad estaba por debajo de sus límites, pero ahora está por encima de ellos”. Así lo atestiguan los datos relativos a la huella ecológica de la especie humana, calculados por el equipo de Mathis Wackernagel. En 1972, la utilización humana de los recursos de la Tierra se aproximaba a 85 por ciento del nivel sostenible a largo plazo, mientras hoy día se sitúa en torno a 125 por ciento de ese nivel.

En esas condiciones, ¿puede salvarse todavía la humanidad? Respondemos por la afirmativa a esa interrogante. Sí, la humanidad puede salvarse sin que la especie humana tenga que renunciar al desarrollo y a la lucha contra la pobreza. En vez de contraponer el crecimiento económico y el desarrollo sostenible, tenemos que armonizarlos.

Para lograr esa armonización necesitamos no sólo más ciencia, más sobriedad, menos materia y más acciones concretas, sino también más ética y política, en contra de lo que algunos puedan creer. Necesitamos, en definitiva, un nuevo contrato natural de la humanidad con la Tierra y una ética del futuro.

En primer lugar, requerimos más ciencia. Muchos creen que el enemigo es la tecnociencia. Sin embargo, la mano que inflige la herida es también la que cura. No conseguiremos salvaguardar nuestro planeta y hacer que se salve su “huésped”, la especie humana, si no logramos construir sociedades del conocimiento que den prioridad a la educación y a la investigación. Los desafíos planteados por el desarrollo sostenible exigen que reforcemos nuestras capacidades en materia de previsión y prospectiva. La Unesco, por su parte, ha venido construyendo una base de conocimientos de importancia mundial sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible desde hace varios decenios, en una época en que eran muy pocos los que habían cobrado conciencia de los problemas. Ya en 1949 la Unesco inició el primer estudio internacional sobre las zonas áridas del mundo, y en 1970 creó el Programa sobre el hombre y la biosfera (MAB). Además, sus programas científicos internacionales relativos a los océanos y las ciencias de la tierra son reconocidos como fuentes de recursos únicos en su género. El IPCC ha recurrido ampliamente a la base de conocimientos de todos esos programas de la Unesco, que será preciso seguir enriqueciendo y completando en el futuro.

En segundo lugar, tenemos que imponer más sobriedad. Va ser necesario inventar formas de consumo menos dispendiosas y más eficaces. No parece que tengamos otra opción, habida cuenta de la creciente propagación del modelo occidental de desarrollo y consumo a las economías emergentes del hemisferio sur. En efecto, la humanidad necesitaría disponer de los recursos naturales de tres o cuatro Tierras si llegan a extenderse por todo el planeta los modos actuales de consumo imperantes en América del Norte.

También debemos utilizar menos materia. Vamos a tener que desmaterializar la economía y el crecimiento. En efecto, es muy probable que no podamos detener el crecimiento económico y, por eso, tendremos que reducir en cada unidad de producción el consumo de recursos naturales y materias primas: energía, metales, minerales, agua, madera. La evolución de la economía hacia la desmaterialización ya se ha iniciado con la sustitución revolucionaria de los átomos por los bits, que es la base del auge de las nuevas tecnologías y las sociedades del conocimiento. La desmaterialización de la economía podrá incluso impulsar el desarrollo de los países del sur, a condición de que los países del norte se comprometan a desmaterializar su crecimiento a un ritmo algo más rápido que los primeros a lo largo de unos 50 años.

No obstante, la mayor transformación de nuestras sociedades ha de consistir en la modificación de nuestras actitudes y conductas. En efecto, ¿cómo podremos desmaterializar la producción si seguimos siendo materialistas? ¿Cómo podremos disminuir el consumo si el consumidor que todos llevamos dentro acaba por devorar nuestra conciencia cívica? La educación para el desarrollo sostenible será la impulsora de la imprescindible modificación de nuestro comportamiento.

Debemos, asimismo, llevar a cabo acciones más concretas, ejecutando proyectos precisos y realistas, incluso a escala internacional, con el fin de suprimir el gran trecho que media entre la utopía y la tiranía impuesta por las miras a corto plazo. Por ejemplo, respecto de la biodiversidad se necesitarían unos 50 mil millones de dólares –esto es, algo menos de 0.1 por ciento del producto interno bruto mundial– para preservar las 34 zonas ecológicas más prioritarias del planeta. Esas áreas, que sólo abarcan 2,3 por ciento de la superficie terrestre, albergan, sin embargo, 50 por ciento de las especies de plantas vasculares conocidas y 42 por ciento de mamíferos, aves, reptiles y anfibios.

Necesitamos, en definitiva, un contrato natural de la humanidad con la Tierra para no ser más los parásitos de ésta. Tenemos que firmar un nuevo tratado de paz con la naturaleza. Al contrato social ya establecido entre los seres humanos hay que añadir ahora el contrato que vincule a éstos con la naturaleza. Esta idea de contrato natural podrá parecer peregrina a algunos, pero es la consecuencia lógica de la toma de conciencia ecológica. Estamos ya protegiendo determinadas especies de la fauna y la flora, y conservando una serie de paisajes con la creación de parques naturales. Eso quiere decir que vamos reconociendo paulatinamente que la naturaleza es un auténtico sujeto de derecho con el que es posible establecer un contrato. La verdadera democracia del futuro tendrá que ser forzosamente prospectiva. La ética del futuro, que exige que leguemos a nuestros hijos un mundo viable, sabrá armonizar la economía y la ecología, el crecimiento y el desarrollo sostenible.

2.05.2008

ABUSOS EN CENTROS DE MENORES: El centro La Esperanza de Canarias

ABUSOS EN CENTROS DE MENORES
El centro La Esperanza

Infraestructura
El centro de emergencia La Esperanza es un antiguo centro de reforma que fue cerrado por orden judicial a mediados de 2005 por no satisfacer los criterios mínimos de seguridad exigidos.158 Está compuesto por tres secciones: dos alas en el edificio principal y un campamento. Hay dos directores responsables: uno que supervisa el ala uno y otro que supervisa el ala dos y la sección de campamento. El centro está situado a 950 metros sobre el nivel del mar, en un área aislada rodeada de bosques en la ladera del Teide, lejos de las zonas pobladas y expuesta a temperaturas muy bajas durante el invierno.159 Jean-Marie N., de 17 años, describió el lugar en los siguientes términos: “No soy feliz aquí y me siento muy aislado. Ni siquiera veo pasar un coche… no puedo entender cómo se supone que voy a integrarme en un sitio como éste”.160La capacidad máxima en uso del ala uno cuando era un centro de reforma era de 35 menores. En enero de 2007 acogía a 89 menores inmigrantes.161 El ala dos acogía a 76 menores en nueve habitaciones. El miembro del personal que nos acompañó en nuestra visita al ala dos no supo decirnos para cuántos niños estaba diseñada, pero la capacidad nominal no tiene en cuenta el hecho de que algunas de las partes del ala no se hallan en uso.En términos más generales, la infraestructura del ala dos era notablemente peor que la del ala uno. La entrada al ala dos se realiza a través de un vestíbulo grande, abandonado y lleno de sillas rotas, con el techo manchado de goteras y las paredes llenas de desconchones de pintura. Si se atraviesa este vestíbulo y se sube las escaleras, se accede a un conjunto de puertas de celdas ennegrecidas por el humo, con las paredes de alrededor chamuscadas. El miembro del personal que nos acompañaba nos indicó que la celda era un vestigio ahora en desuso de la época en que la instalación era un centro de reforma; dijo que el incendio se produjo antes de que las instalaciones se destinasen a su actual uso. “Tuvimos que abrir esta parte en dos días, de modo que hicimos lo que pudimos”, explicó.162 Los detalles que nos proporcionó Lakh S., de 17 años, sugieren que tampoco se realizaron obras de rehabilitación sustanciales en el ala uno antes de su apertura como centro de acogida para menores extranjeros:
Al principio, cuando llegamos, teníamos que limpiar el centro. Cuando alguien de fuera venía de visita, nos decían que dejásemos de limpiar para que el visitante no viera que nos hacían trabajar…. Cuando llegamos a La Esperanza nos dijeron que esto era una cárcel y que por eso era normal que oliese a orina y a tabaco.163
Las habitaciones de ambas alas miden aproximadamente 18 metros cuadrados, están desnudas y en ellas hay literas (para hasta ocho menores en el ala uno, y para ocho o más en el ala dos). No hay un lugar en las habitaciones en que los menores puedan guardar sus pertenencias con seguridad, salvo las maletas metidas bajo sus camas (las cerraduras de los armarios del ala uno están rotas). Tampoco hay escritorios donde los menores puedan estudiar con privacidad. La cocina sigue sin equipar y en el centro no se prepara ninguna comida. Los servicios de comidas preparadas traen la comida al centro dos veces al día (véase también el Capítulo VII.2, infra). No hay utensilios para preparar bebidas calientes o para calentar la leche del desayuno. El control de la electricidad de las habitaciones está centralizado y todas las luces se apagan a las 11 de la noche. La sección del campamento está especialmente lejos (una caminata de 15 a 20 minutos andando cuesta arriba por la pendiente desde el mismo centro). Media docena de casetas rodea a varios edificios de mayor tamaño. Los niños asignados al campamento habían estado alojados en pequeños grupos en las casetas, pero en enero de 2007, cuando realizamos la visita, los 21 menores del campamento habían sido trasladados a uno de los edificios más grandes en una zona que había sido utilizada con anterioridad para el almacenamiento de suministros. El personal y los niños dieron explicaciones distintas acerca de las razones de este cambio reciente. Sea cual fuere la razón del traslado, todos los niños con los que hablamos en el campamento pidieron que se les dejase volver a las casetas si tenían que seguir en el campamento. Todos ellos se quejaban de que su gran dormitorio era frío en comparación con las casetas en unos términos similares a los que utilizó Abdul Q., de 17 años: “Nos gustaría volver a las casetas porque el dormitorio es muy frío. Nos morimos de frío”.164En todas las partes del centro, la temperatura de las habitaciones es muy baja en invierno, porque las ventanas de las habitaciones de los niños no se pueden cerrar completamente.165 Todos los niños del ala uno entrevistados dijeron que pasaban frío por la noche aun cuando dormían con ropa más abrigada. Algunos niños pidieron expresamente más ropa o mantas para el frío. Pero, a pesar de haberla solicitado reiteradamente, no se les proporcionó una segunda manta. Jean-Marie N., de 17 años, nos dijo:
Hace mucho frío. Tengo ropa suficiente, pero todavía paso frío de vez en cuando. Las habitaciones son muy frías y no hay mantas suficientes para combatir el frío. Todos los días nos dicen que nos van a dar más mantas, pero no las recibimos. Duermo con la ropa puesta y con una manta, pero aun así paso frío.166

Abusos graves y malos tratos en el ala uno
Human Rights Watch está especialmente preocupada por las declaraciones de los niños a los que entrevistamos, que sugieren que durante los cinco últimos meses de 2006 se habrían producido palizas generalizadas y muy graves en el ala uno. Según el testimonio de los niños, las palizas eran habituales y no fueron controladas, aunque parece que el personal de todos los niveles debería estar al corriente de las supuestas palizas y podría estar personalmente implicado en algunas de ellas. En concreto, los niños describieron lo que calificaron como “una celda de castigo” situada en la planta superior, donde los menores recibían palizas y eran encerrados durante periodos de hasta varios días. Los niños la describieron como una celda sucia, sin ventanas y sin aire, de escasos metros cuadrados en la que “hasta costaba respirar”. Los niños encerrados en esta habitación tenían que orinar y defecar en el suelo, ya que no se les permitía ir al baño.
Testimonio de Jean-Marie N., de 17 años “Un día un educador hizo una pregunta estúpida a un niño, y éste no respondió adecuadamente, así que le llevaron a la planta superior a una celda—hay una habitación de castigo donde los menores reciben palizas, en la planta de arriba. Muchos menores han pasado por esa habitación. Un día un niño preguntó si podía volver a su país; a continuación le llevaron a la planta superior a la habitación de castigo… Un niño se metió en problemas con los educadores. Ese día el educador lo llevó a la ducha y le dio una paliza. El niño tenía sangre en la boca y su ropa estaba ensangrentada (no pudo volver a usar esa camiseta)”.167Testimonio de Lakh S., de 17 años“Por ejemplo, tiraban cigarrillos al suelo y pedían a un niño que los recogiera; cuando se negaba a hacerlo se lo llevaban a la planta de arriba, donde lo castigaban y le retiraban su dinero de bolsillo…. Otro día un educador se fumó un cigarrillo, lo tiró… y dijo a un niño que lo recogiera. El niño se negó. Entonces el educador protestó… [el niño recibió una paliza]… el niño tenía moratones por todo el cuerpo.... No había sangre, pero estaba herido”.168Testimonio de Salem L., de 17 años “Hay una celda de castigo en la planta superior. A veces encerraban a los niños durante tres o cuatro días. Durante ese tiempo les daban de comer... pero no tenían permiso para ir al baño. Era muy frecuente que llevaran a niños a la planta de arriba. A cuatro niños en concreto siempre los encerraban; siempre eran los mismos”.169 Testimonio de Papis F., de 17 años“A los niños les daban palizas allí [en la celda de castigo]. Oí gritos durante dos o tres horas que procedían de arriba. Encerraron a cinco niños en la celda desde la 4 de la tarde a las 9 de la mañana. Les dieron la comida y el desayuno, pero en esa habitación no hay cuarto de baño”.170Testimonio de Lamine P.“Nunca me han llevado a la planta de arriba [a la celda de castigo], pero a otros sí; les dieron palizas y los encerraron, a veces hasta dos, tres o cuatro días”.171
Los niños señalaron que percibían un clima omnipresente de miedo en el centro por el que sentían que podían ser severamente castigados por la más mínima “falta”. Jean-Marie N. contó: “Una vez un niño llamó a su familia porque su madre estaba enferma. No le pudieron devolver la llamada porque temía que le confiscaran el teléfono si el personal descubría que usaba un teléfono móvil. Por eso dejó su teléfono apagado y no le pudieron llamar”.172 Papis F. recordó: “Un niño recibió una paliza…. Fue por usar un teléfono móvil (no había una prohibición taxativa de usar teléfonos móviles). El director señaló que nadie tenía permiso para utilizar teléfonos móviles. Pasa lo mismo con las golosinas”.173Jean-Marie N., señaló que, aunque algunos educadores están preocupados por el tratamiento que reciben los niños en los centros, aparentemente carecían de poder para cambiar algo: “A algunos educadores les dábamos pena, pero no podían hacer nada porque ellos mismos tenían miedo”.174En septiembre de 2006, alrededor de cien niños se escaparon en grupo del centro como forma de protesta, y fueron llevados de vuelta inmediatamente por la Policía, a la que se había avisado para que actuara.175 Jean-Marie N., de 17 años, recordaba su marcha:
En un determinado momento estábamos tan hartos de [nombre omitido] que todos dijimos que queríamos abandonar el centro. El director dijo que podíamos irnos, pero que teníamos que dejarlo todo atrás, toda la ropa que habíamos comprado y todo lo que habíamos comprado o ganado durante el tiempo que habíamos estado en el centro. Nos enfadamos muchísimo, pero abandonamos el centro. Éramos muchos. El director alertó a la Policía y al poco nos cogieron y nos devolvieron al centro. Después nos trataron como si fuéramos delincuentes. La Policía nos llevó al patio trasero donde el director anunció que no cambiaría nada. Algunos niños empezaron a llorar y todos nos enfadamos mucho. La Policía tuvo que pedir refuerzos porque la situación iba a peor. Después de eso el director cambió un poco las normas (se nos permitió usar teléfonos fuera de clase, pero la prohibición de traer comida de fuera no se modificó