9.25.2007

La sexualidad de los curas

Marcelo Colussi Quizá este no sea un tema de
actualidad, de gran importancia, con implicancias profundas en la
vida contemporánea. Quizá no..., pero no deja de ser
preocupante, al menos para los niños que han sido sus
víctimas sexuales (que por cierto no son pocos). Pero
además su tratamiento puede enseñarnos algo acerca de
esos patrones de doble moral que tan frecuentemente vemos por
ahí... Y de los cuales la Iglesia católica es principal
fuente. ¿Por qué los curas hacen votos de castidad? No
lo preguntamos en el sentido de saber qué significado pueda
tener eso en términos teológicos (si es que lo tiene.
Podría preguntarse también desde la psicopatología).
Lo decimos -nada inocentemente sin dudas- para
poner esa práctica en tela de juicio. De lo cual pueden
desprenderse otras dos preguntas. Por un lado: ¿se puede
seguir siendo tan "ingenuo" -para decirlo
con cierta elegancia- como para creer que el celibato es
posible? Por otro: ¿no es un absoluto despropósito que
alguien que ha vedado voluntariamente, en nombre de una causa
superior, su vida sexual terrenal, pueda erigirse en guía y
consejero justamente en temas ligados a ese campo? ¿En nombre
de qué alguien que borró de su vida lo sexual -al
menos oficialmente- puede no sólo dar consejos sino
imponer conductas a otros en ese campo? ¿Cómo unos
cuantos varones supuestamente de vida asexuada pueden dictarles
las reglas de su vida sexual a las mujeres? ¿No tiene esto
algo de, además de injusto, profundamente psicótico? La
sexualidad humana, definitivamente, no es algo fácil. Y lo
que en modo alguno es -¿de dónde saldría
tamaño disparate?-, no es ni puede ser, es algo
"puro" químicamente. Es, por antonomasia, el
lugar de las contradicciones, de los malentendidos, de los
fallidos. Si queremos jugar con las palabras: es el lugar de las
"impurezas" por excelencia. Siendo un ámbito
donde todo se juega en relación a lo que eternamente se nos
escapa, a la no-conciencia es, como mínimo, dudoso que pueda
sostenerse un voto voluntario de toma de distancia respecto a la
sexualidad, o en todo caso, al ámbito más acotado de la
genitalidad (la sexualidad es mucho más que lo genital). La
sexualidad, no como instinto animal sino como campo
simbólico, es constitutiva de lo humano. Es, por tanto,
humanamente "difícil" (digámoslo
claramente: ¡es imposible!) renunciar a ella, aunque se
declare la renuncia. ¿Por qué los curas pretenderían
haberlo logrado? La prueba de tal imposibilidad se revela en la
cantidad impresionantemente alta de hechos sexuales de que
están plagadas sus vidas: paidofilia, relaciones genitales
ocultas, hijos ilegales, novias y novios por doquier. Y valga
agregar -ratificando lo que es la vida sexual
"normal" fuera de los ámbitos
eclesiásticos-: relaciones heterosexuales y
homosexuales. Lo cual no quita que, a veces, también sea
posible la castidad; aunque: ¿para qué ese martirio del
celibato? ¿Acaso Dios lo exige? En los primeros siglos del
cristianismo los ritos fundamentales de esa expresión
religiosa podían ser presididos por cualquier cristiano
-habitualmente eran varones, aunque también podían
ser mujeres- pero progresivamente, a partir del siglo V,
la costumbre fue cediendo la presidencia de la misa a un ministro
profesional, de modo que el ministerio sacerdotal empezó a
crecer sobre la estructura socio-administrativa que se llama a
sí misma sucesora de los apóstoles. Fue en el Concilio
III de Letrán del año 1179 -que también puso
los cimientos de la Inquisición, la que posteriormente
terminaría con cinco millones de vidas en su loca caza de
brujas- cuando el Papa Alejandro III forzó una
interpretación restringida del canon de Calcedonia y
cambió el original titulus ecclesiae -nadie puede ser
ordenado si no es para una iglesia concreta que así lo
demande previamente- por el beneficium -nadie puede
ser ordenado sin un beneficio (salario de la propia Iglesia) que
garantice su sustento-. Con esta medida la jerarquía
de la Iglesia traicionó definitivamente el sentido originario
de los primeros cristianos y, al priorizar los criterios
económicos y jurídicos sobre los teológicos, dio el
paso para asegurarse la exclusividad en el nombramiento,
formación y control del clero. Poco después, en el
Concilio IV de Letrán (1215), el Papa Inocencio III cerró
el círculo al decretar que la eucaristía ya no podía
ser celebrada por nadie que no fuese "un sacerdote
válida y lícitamente ordenado". Con eso la alta
jerarquía eclesiástica se aseguró el control social
sobre su feligresía al detentar la total potestad
sacro-mágica, lo que le ha servido para perpetuar hasta hoy
su dominio y manipulación sobre las masas de creyentes. El
Concilio de Trento (1545-1563), profundamente fundamentalista,
refrendó de modo definitivo la anterior mistificación; y
luego la llamada escuela francesa de espiritualidad sacerdotal,
en el siglo XVII, acabó de crear el concepto de casta del
clero actual: sujetos sacros en exclusividad y forzados a vivir
segregados del mundo laico. Este movimiento doctrinal,
pretendiendo luchar contra los vicios de la casta clerical de su
época, desarrolló un tipo de vida sacerdotal similar a la
monacal (hábitos, horas canónicas, normas de vida
estrictas, tonsura, segregación, etc.), e hizo que el
celibato (la abstinencia sexual voluntaria) pasase a ser
considerado como de derecho divino y, por tanto, obligatorio,
dando la definitiva confirmación al edicto del Concilio III
de Letrán, que lo había considerado una simple medida
disciplinar (instancia ya muy importante de por sí porque
rompía con la tradición dominante en la Iglesia del
primer milenio, que tenía al celibato como una opción
puramente personal). Hasta antes del Concilio de Letrán
III hubo numerosos papas casados y con hijos. De hecho, eso era
una práctica común, nadie pensaba en el celibato. Viendo
la historia, pueden mencionarse varios pontífices casados:
San Félix III (483-492, 2 hijos), San Hormidas (514-523, 1
hijo), San Silverio (536-537), Adriano II (867-872, 1 hija).
Incluso luego de ese reaccionario cónclave del siglo XII en
Letrán, muchos papas siguieron con la práctica de casarse
y dejar descendencia: Clemente IV (1265-1268, 2 hijas), Félix
V (1439 1449, 1 hijo), Inocencio VIII (1484-1492, varios hijos),
Alejandro VI (1492-1503, varios hijos), Julio (1503-1513, 3
hijas), Pablo III (1534-1549, 3 hijos y 1 hija). Más
aún: después de la introducción del celibato como
práctica obligada en 1563 en Trento, hubo papas que
continuaron su vida sexual, por ejemplo Pío IV (1559-1565,
con 3 hijos) o Gregorio XIII (1572-1585, con 1 hijo). Es decir:
la instauración de una medida
"administrativo-legal" no termina de ordenar la
práctica cotidiana o, al menos, necesita de mucho tiempo para
acabar por incorporarse plenamente en la cultura diaria. En el
mundo de lo sexual -fuente de equívocos por
excelencia, campo donde el deseo prácticamente no tiene
límites- pareciera imposible (¿descabellado?)
intentar legislar. Por decreto me tienen que gustar las
morenas... ¿Y qué hago si prefiero las rubias? Y si a
mi prima que es lesbiana le obligan que le gusten los morenos
musculosos, ¿cómo hace? ¿Se pueden decretar los
días que en que hay que hacer el amor? ¿Puede alguna
legislación borrar la paidofilia? En otras religiones
distintas a la católica sus guías espirituales no se ven
constreñidos a pasar por ese acto de renuncia, lo cual es
mucho más sano. ¿Por qué el Vaticano aún persiste
en esa práctica perversa? Lo criticable en todo esto no es,
obviamente, que los religiosos puedan tener una vida sexual
plena; lo censurable es la hipocresía con que es manejado
todo el tema en el ámbito de la institucionalidad
católica: se dice una cosa y se hace lo contrario. Y a
partir de lo anterior, entonces, podemos llegar a la crítica
de fondo: ¿cómo es posible, en nombre de qué, una
institución que establece pública y oficialmente la
abstinencia sexual de sus miembros como su regla de oro, se
arrogue el derecho de erigirse en llave moral de la sociedad,
orientando, guiando, estableciendo prohibiciones incluso,
respecto a las normas de vida que tocan directamente el
ámbito sexual? Ello, justamente, lleva a pensar en que
algo de la edificación moral que constituye nuestro mundo
occidental y cristiano no anda muy bien. ¿Cómo es posible
que varones intolerantes, misóginos, que no saben nada
-ni quieren saber por decisión expresa- de la
sexualidad femenina, puedan dictaminar qué hacer y qué no
hacer respecto al aborto, a la planificación familiar, al
divorcio, a cómo criar los hijos? Suena extraño,
¿verdad? ¿No será hora de ir desenmascarando tanta
hipocresía?
Publicado en www.rebelion.org <http://www.rebelion.org>

Setiembre del 2007